Hoy les contaré una simple historia... que se repite bastante seguido en mi vida. Cuando tenga 40 años esta "curiosidad" mía me será de mucha utilidad. Pero en estos momentos, dicha "curiosidad" dificulta bastante que me tomen en serio. Vaaaale: sé que soy un chiste y la verdad es que puedo aceptar que los adultos se confundan un poco conmigo. No obstante, cuando son niños el golpe es más duro. Al menos espero que ustedes se rían de mí conmigo.
Un día más de vacaciones: el reloj biológico que me despierta a las 9 de la mañana, la realización lenta de los primeros deberes del día -levantarme, tender la cama, bañarme, desayunar- y la actividad que una vez realizada me permite decir: "Ya he hecho todo lo que tocaba en la mañana". Me refiero a pasear a Haku.
Sí, al perro que espera pacientemente a que lo paseen todas las mañanas para ir al baño. Sí, el amiguito que sabe cuándo estoy despierta. El que sabe que puede darme unos minutos antes de ir por él. Y el que sabe que puede llorar porque sus quejidos se parecen a los de un niño. Haku.
Una vez más, rutina: cambiarle el agua, ponerle la pechera, abrir el portón, salir y pasear por la vieja línea del tren que se encuentra en desuso. Hasta aquí, todo bien. Hasta que...
-¡Qué lindo perrito! ¿Cómo se llama? -pregunta una chica. Al verla desde la distancia pensé que se trataba de una muchacha de unos 16 años.
-Haku.
-Ah... ¿Y usted?
La casa frente a la que se encuentra esta chica, en compañía de dos niños pequeños a los que está cuidando, estaba en reparaciones. Supongo que se está pasando a vivir al barrio y quiere hacer amigos.
-Ángela. Mucho gusto. -Creo que no me dio su nombre y si me lo dijo no lo recuerdo.
-¿Y dónde vive?
En ese momento, me doy cuenta que la chica no puede tener 16 años. Es lo suficientemente alta como para haberme dado esa impresión, pero ahora me doy cuenta de que debe ser bastante menor.
-Por ahí, al otro lado.
Yo no soy tan simpática. La verdad es que no me gusta dar direcciones ni mi nombre a cualquier desconocido. También estoy comenzando a aburrirme. Además, ¿cuántos años puede tener esta muchacha? Unos trece... Quizá hasta menos -por su forma de hablar-, solo que aparenta más. Sí, es una niña que se está mudando al barrio, cuida a sus sobrinos -la identidad de los dos niños misteriosos que preguntan si pueden acariciar a Haku mientras le palpan la cabeza y la cola- y quiere hacer amigos nuevos. ¿Cuál será su próxima pregunta para saber si yo seré su amiga del barrio?
-Ah...
¡Y aquí viene la pregunta!
-... ¿Y usted va a la escuela de allá arriba?
Auch. Golpe bajo. Sí, ella se refiere a la escuela primaria de las cercanías, para los chicos de 6 a 12 años de edad. La escuela a la que ella probablemente deberá asistir este nuevo año escolar, sin tener conocidos con los que jugar. La escuela a la que espera que la chica del perro negro asista también, para ojalá estar en el mismo salón, hablar juntas en el recreo y, si se puede, hasta hacer la tarea juntas cuando regresemos a nuestras casas...
Pero hay un problema, niña...
-¿Cuántos años me calculas?
-Emmm... Unos trece.
... Yo ya superé la pubertad y la adolescencia...
-Tengo veinte años.
... ¡Soy una adulta! O sea, ya superé el nivel de escuela, del colegio y...
-Estoy en último año de la Universidad.
Gracias.
He recibido miles de veces la mirada que esta niña me da. Es la misma que ponen las meseras de un bar cuando se dan cuenta de que puedo entrar, o la cajera de un banco cuando hago un trámite, la misma que me da el muchacho del supermercado si voy a comprar chocolates con relleno de licor. En fin: ¡es la misma mirada que me dan los "adultos" cuando ven mi cédula de identidad y la inspeccionan para asegurarse de que no sea falsa! Pero jamás de los jamaces una mocosa de 13, 12 ó cuantos años sea que tenga me había visto con tal incredulidad humillante.
Con esto una vez dicho solo me queda preguntarles... ¿se rieronde mí conmigo? Yo sí.
Un día más de vacaciones: el reloj biológico que me despierta a las 9 de la mañana, la realización lenta de los primeros deberes del día -levantarme, tender la cama, bañarme, desayunar- y la actividad que una vez realizada me permite decir: "Ya he hecho todo lo que tocaba en la mañana". Me refiero a pasear a Haku.
Sí, al perro que espera pacientemente a que lo paseen todas las mañanas para ir al baño. Sí, el amiguito que sabe cuándo estoy despierta. El que sabe que puede darme unos minutos antes de ir por él. Y el que sabe que puede llorar porque sus quejidos se parecen a los de un niño. Haku.
Una vez más, rutina: cambiarle el agua, ponerle la pechera, abrir el portón, salir y pasear por la vieja línea del tren que se encuentra en desuso. Hasta aquí, todo bien. Hasta que...
-¡Qué lindo perrito! ¿Cómo se llama? -pregunta una chica. Al verla desde la distancia pensé que se trataba de una muchacha de unos 16 años.
-Haku.
-Ah... ¿Y usted?
La casa frente a la que se encuentra esta chica, en compañía de dos niños pequeños a los que está cuidando, estaba en reparaciones. Supongo que se está pasando a vivir al barrio y quiere hacer amigos.
-Ángela. Mucho gusto. -Creo que no me dio su nombre y si me lo dijo no lo recuerdo.
-¿Y dónde vive?
En ese momento, me doy cuenta que la chica no puede tener 16 años. Es lo suficientemente alta como para haberme dado esa impresión, pero ahora me doy cuenta de que debe ser bastante menor.
-Por ahí, al otro lado.
Yo no soy tan simpática. La verdad es que no me gusta dar direcciones ni mi nombre a cualquier desconocido. También estoy comenzando a aburrirme. Además, ¿cuántos años puede tener esta muchacha? Unos trece... Quizá hasta menos -por su forma de hablar-, solo que aparenta más. Sí, es una niña que se está mudando al barrio, cuida a sus sobrinos -la identidad de los dos niños misteriosos que preguntan si pueden acariciar a Haku mientras le palpan la cabeza y la cola- y quiere hacer amigos nuevos. ¿Cuál será su próxima pregunta para saber si yo seré su amiga del barrio?
-Ah...
¡Y aquí viene la pregunta!
-... ¿Y usted va a la escuela de allá arriba?
Auch. Golpe bajo. Sí, ella se refiere a la escuela primaria de las cercanías, para los chicos de 6 a 12 años de edad. La escuela a la que ella probablemente deberá asistir este nuevo año escolar, sin tener conocidos con los que jugar. La escuela a la que espera que la chica del perro negro asista también, para ojalá estar en el mismo salón, hablar juntas en el recreo y, si se puede, hasta hacer la tarea juntas cuando regresemos a nuestras casas...
Pero hay un problema, niña...
-¿Cuántos años me calculas?
-Emmm... Unos trece.
... Yo ya superé la pubertad y la adolescencia...
-Tengo veinte años.
... ¡Soy una adulta! O sea, ya superé el nivel de escuela, del colegio y...
-Estoy en último año de la Universidad.
Gracias.
He recibido miles de veces la mirada que esta niña me da. Es la misma que ponen las meseras de un bar cuando se dan cuenta de que puedo entrar, o la cajera de un banco cuando hago un trámite, la misma que me da el muchacho del supermercado si voy a comprar chocolates con relleno de licor. En fin: ¡es la misma mirada que me dan los "adultos" cuando ven mi cédula de identidad y la inspeccionan para asegurarse de que no sea falsa! Pero jamás de los jamaces una mocosa de 13, 12 ó cuantos años sea que tenga me había visto con tal incredulidad humillante.
Con esto una vez dicho solo me queda preguntarles... ¿se rieron
Noo, qué horrible cuándo pasa eso...
ResponderEliminarSep, me ha pasado. No sé qué será en tu caso. En el mío, me han rumoreado que se debe a mi estatura :/
Un bajonazo...
Saludos, Ángela!
Rocío.
P.D: No te aflijas, cuando tengas 40, vas a agradecer lucir más joven. Sólo hay que sobrevivir esta etapa. Así lo pienso yo... ;-)