Y entonces la criaturita apareció.
Era idéntica a su madre, solo que más pequeña y encantadora. La cría de dragón subía a la cubierta del barco, ayudada por su madre, que la empujaba desde atrás. La dragona adulta apareció de nuevo, esta vez justo al lado de la nave, vigilando más de cerca a su hija que yacía en cubierta. Connor, que era el que estaba más cerca del animal, dejó escapar un gemido de emoción y encanto. Además de los ojos grandes como esmeraldas, la piel verde–agua, los mechones grises más cortos y suaves y los cuernitos apenas como piedras, la dragona bebé tenía dos pares de patas que, aunque tenían garras, más parecían aletas. La cola era larga y bien desarrollada, y tenía una membrana gris que le permitía moverse con rapidez y agilidad cuando estaba sumergida. La cría todavía tenía un rostro inocente y tierno, que no reflejaba la misma dureza que su madre. Eso hacía que, aunque midiera unos cinco metros, la tripulación sintiera un cosquilleo agradable en el estómago: la misma sensación de cuando veían a un bebé de su propia raza.
«Es tímida», dijo la dragona. «Es la primera vez que ve magos. Lo único que sabe de ellos es que pelean en los mares desde estas estructuras a las que llaman “barcos”».
—Alleeeeeena murmuró encantado Connor—. ¿La puedo tocar? ¿Puedo, puedo?
El canto del Dragón: ¡Terminada mi séptima novela!
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El canto del DragónEs hora de que los Dragones elijan un camino para que el
mundo empiece a avanzar sin ellos. Sin importar lo que elijan, los tres
jueces ...
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